El desencanto / Teo Soriano

1 de diciembre 2020 – 26 de Febrero 2021

Partiendo de una selección de obras del artista, que datan de los años 90 en adelante, se hace un recorrido por la obra del creador de la mano de Carlos Maciá, materializando así una propuesta iniciada por el propio Teo Soriano con a la galería coruñesa en 2016. La muestra cuenta un total de 10 piezas, una de ellas es un políptico formado por 20 obras de técnica mixta sobre papel, de 20 x 20 cm.

“No queremos dejar de agradecer la gran labor que está haciendo Teodoro Soriano promoviendo la obra de su hijo y manteniéndola viva.” Miriam Pérez, directora de la galería Vilaseco.

El desencanto.

Esta exposición recoge el deseo de Teo Soriano de llevar a cabo una propuesta basada en trabajos sobre papel en la galería Vilaseco, y que Miriam, su directora recogió hace unos años. La muestra que se truncó debido a un accidente se retoma ahora. El motor de la iniciativa ha sido el empeño y la obstinación de Teodoro para que la obra de su hijo no caiga en el olvido. Cuestión que me consta es harto complicada debido a la cantidad de amigas y amigos, muchos de ellos artistas, para los que su trabajo continúa siendo un referente ineludible.

El desencanto (Jaime Chávarri, 1976) que ideó y produjo Elías Querejeta viene a recordarnos la figura de Leopoldo Panero, tras su muerte, por medio de su viuda e hijos. Se trata de película descarnada, en la que encuentro enormes similitudes entre lo qué se cuenta y en cómo se cuenta con la vida del propio Teo. En El desencanto se nos muestra a una familia cuyos integrantes viven al límite, al igual que hacía él. Exprimía la vida y el trabajo, si es que alguna vez hubo separación entre ellas, de tal forma que su obra continúa desprendiendo una autenticidad y compromiso abrumador.

Hace poco leí una cita de Ángel Calvo Ulloa sobre Teo Soriano, que me pareció precisa y reveladora para desconocedores de su trabajo. ¿Cómo quiero pintar?, con honestidad, si es que acaso lo que hago pueda denominarse pintura.

Teo despreciaba profundamente la impostura. De hecho, las visitas al estudio se convertían en experiencias traumáticas. Eras consciente enseguida de la intensidad del lugar. Ahí alguien se estaba dejando literalmente la piel, no había lugar al recreo, tampoco para el diseño de estrategias. Únicamente se pintaba, mucho, algunas veces mal, otras muchas, la mayoría, muy bien. Asumías que aquello era un lugar relevante y francamente dudabas si tú podrías llegar alguna vez a adquirir tal tensión. Era a la vez inspirador y frustrante. Estabas ante un pintor en mayúsculas, mientras tú no dejabas de reflejarte como una mera cucaracha.

Carlos Maciá